In memoriam

Apenas antier, jueves, salió a comer, atravesó la calle en un momento inadecuado y no llegó a terminar el día.
Yo ni siquiera la conocía, era una editora del piso ocho y le decían «Ti». Hoy hubiera cumplido años (unos 32, creo), si no la hubiera atropellado un metrobús.
Mariana no podía creer que esa chica estuviera muerta y nosotros, a pesar de esa muerte, volviéramos a nuestro escritorio, a nuestra tarde de trabajo, a nuestra vida. Ti dejó sus cosas, los vestigios de su paso por los días y alguien tuvo que recoger esos fragmentos, deshacerse de ellos (acaso guardarlos para dejar constancia de una presencia).
Vi la cara de los compañeros de trabajo mientras iban compartiendo la noticia. Se les descomponía el gesto con horror, con sorpresa. Uno escucha frases como «una tragedia» y la dimensión de esos lugares comunes queda borrosa hasta que algo los dota de sentido. Que una mujer joven haya muerto atropellada sobre Insurgentes un día cualquiera es una tragedia. Yo pensaba en su madre, en las obviedades en que piensa cualquiera cuando se enfrenta a una irrupción violenta del horror en su vida cotidiana (siempre pequeña, siempre subjetiva).

Creo que uno pasa por el mundo y a veces no se da cuenta de que toca a la gente. No importa si las relaciones de oficina son o no profundas: nos adecuamos a cierta compañía, a cierta rutina, a la presencia de la gente cuyo paso por nuestra vida parece nulo en la superficie. Pero tal vez no, tal vez no es un paso tan insustancial como a veces nos gusta creer. He pensado mucho en eso que se llama comunidad, en cómo no podemos estar solos del todo mientras alguien lamente la interrupción de ese tránsito.

Así que hoy hubiera sido cumpleaños de una chica a la que no conocía pero cuya muerte me alcanzó. Estas palabras en memoria suya que sólo sirven para que yo ponga en orden alguna idea vaga, pero me parece justo y humano dejar esta mínima ofrenda, porque al fin y al cabo es cierto lo que dicen: me pudo suceder a mí o le pudo suceder a una persona amada. Y entonces el horror sería absoluto y no sólo algo a lo que asistí con sorpresa y con cierto pudor por ser testigo involuntario de una rasgadura en el tejido del universo de otro.

En memoria, pues, de una chica que se llamaba Ti y que hoy hubiera celebrado un año más de vida.

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